Ella siempre esperó que el
tiempo le diera respuestas. Le preparaba un café, y dejaba en un plato las
migajas de pan que sobraron del té.
Su rostro cambiaba junto con
el tono de su piel, la intensidad de sus ojos y la verdad de sus palabras. Se
le pasó la vida esperando una razón.
Y la única verdad fue que
nunca hubo preguntas.
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