Las horas pasaron, y el puntero de su reloj siguió
avanzando. El sabor de su café se fue junto con su calor, y el humo del cigarro
se perdió entre sus años. Ya no quedaba más que pensamientos en vano, todo se
había marchado con un pesado engaño. Ni tiempo, ni olvido.
martes, 20 de agosto de 2013
Tiempo
Ella siempre esperó que el
tiempo le diera respuestas. Le preparaba un café, y dejaba en un plato las
migajas de pan que sobraron del té.
Su rostro cambiaba junto con
el tono de su piel, la intensidad de sus ojos y la verdad de sus palabras. Se
le pasó la vida esperando una razón.
Y la única verdad fue que
nunca hubo preguntas.
Dos entradas al corto de las 17:30
Tarde de Sábado de Abril. Estoy en
Santiago, en B.Aires, bien lejos, bien cerca,
y bien, gracias a Dios, supongo. No comprendo qué pasa por mi mente, hay
algo que me obliga a sonreír, y resulta ser una sensación bastante acogedora o
algo por el estilo. Camino un par de cuadras por Corrientes o Alameda, aún no
sé dónde estoy pará’, pero me sigue gustando sentirme así de perdida,
sonrientemente perdida.
A esta hora, las calles se llenan de
problemas, de carcajadas, de señoras
comprando el pan a última hora, micreros echando unas cuantas chuchás’ y
de repulsivas parejas caminando de la mano ignorando lo desastrosas que pueden
ser sus vidas. Salir en estos momentos,
es como ir al cine, pero gratis, y la
mejor butaca es el paradero más rayado y con más chicles pegados en el asiento,
y las cabritas pueden ser las migajas que encuentras en los bolsillos de ese
roñoso polerón. Desde aquí puedo ver todo: un millón de momentos que viven por
sí solos en cada corazón roto, en cada mente de los capitalinos; en ellos las
emociones se pasean como Pedro por su casa. Me corroe la envidia, porque yo
sigo aquí, en nada, dejando que el frío cale mis huesos, esperando que alguien
venga por mí.
A ratos creo que soy la única alma viva
en esta gran ciudad, pero no tengo corazón, no tengo ojos ni boca, tampoco un
cuerpo que me aguante, en mil años lo tendré. Cada paso que doy es como una
nueva vida que voy eligiendo, pero la pierdo con cada suspiro. Mejor espero
sentada, de todos modos, siempre es mejor ver el drama o felicidad de los
demás, que nuestro propio cortometraje.
Él viene por mí. “Al fin” repito una y
otra vez en voz baja.
-“Esperé tanto tiempo, pensé que ya no
me querías”. Le dije.
-“Soy capaz de entregarte mi vida. En
cambio tú, siempre queriendo darme lo que no tienes”
-“Sólo tengo frío”.
Cada vez que toma mi mano, vivo un
millón de explosiones, ni esta iluminada ciudad ha visto tanto brillo y color.
Su mirada es lo único que me limita a quererlo más de lo anormal, a anhelar la
utopía de su ser, a perderme en esos ojos de papel, en esa sonrisa que levanta
al más muerto entre los vivos. Me
pasaría la vida entera así, pero esperar que el tiempo nos recuerde lo que
somos, nos quitaría una eternidad de poder auto-proclamarnos los reyes del
mundo.
Me niego a seguir admirando la realidad
de ese mundo que está bajo mis pies. Como el pájaro que planea la ciudad
buscando el corazón que perdió, seguiré buscando entre ellos lo que nunca he
querido encontrar: mi vida, mi verdad. Dejando esta historia a un millón de años luz de lo que
mi boca pueda contar.
Prefiero hacerme parte de esa excitante
multitud, que seguir esperando sentada en un paradero intentando que el
universo conspire a nuestro favor, o que mi cuerpo resista este engaño, porque
sé que ese cielo que me dan a cambio es inigualable, es un mar de oportunidades,
donde esa mirada de una ansiada esperanza estará siempre que sienta un vacío, siempre que mi corazón se acobarde y
cada vez que mis ojos no tengan la fuerza suficiente para brillar por ellos
mismos.
Ese universo es el que será la banda
sonora de mi vida, porque la única certeza que tengo es que cada persona que
siente, vive o muere, son parte de mí.
Porque todos son mi verdad; porque por esta ciudad que cada noche muere, puedo
respirar; por cada corazón roto puedo llorar; por cada reencuentro puedo sonreír;
y por cada verdad, puedo vivir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)